Por Awo Fa’Lokun Fatunmbi Los medios y la cultura popular tienden a caracterizar a África como subdesarrollada culturalmente, supersticiosa espiritualmente e insignificante políticamente. Hasta la más superficial visión de la historia del mundo sugiere que estas actitudes negativas se basan más en la necesidad de justificar el colonialismo que en un fundamento histórico real. Las ciencias de la Genética y de la Antropología nos enseñan que la vida comenzó en el centro–este de África, en una región conocida actualmente como Etiopía. Entender quiénes somos y de dónde venimos es fundamental para saber cómo relacionarnos con otras personas, comunidades y naciones. Los registros geológicos demuestran que la cultura en Etiopía surgió antes de una gran inundación. Esta cultura se expandió desde el nacimiento del río Nilo, a través del norte de África, al sur de Europa y al actual Medio Oriente. Esta región es responsable del desarrollo de la cultura moderna, de la creación de la mayoría de los cultivos con los que hoy se alimenta al mundo, y de la crianza de casi todos los animales domésticos. Sólo esto es suficiente para hacer que África merezca ser venerada, recordada y respetada espiritualmente. En África hay un antiguo proverbio que dice que somos quienes somos debido al hecho de que nos sostenemos por encima de quienes vinieron antes que nosotros. Creo que esto es verdad para todos los descendientes de África. Y, si la ciencia no se equivoca, todos los que hoy estamos vivos descendemos de una única Eva africana. Esto suscita la siguiente interrogante: ¿Nosotros, como aldea global, vamos a reconocer nuestra herencia ancestral común, o vamos a seguir deificando a los dioses del nacionalismo como base para denigrar a otras culturas?. Desde el punto de vista espiritual hay claras evidencias históricas de que el Judaísmo surgió de las creencias monoteístas de Akanatón, un faraón africano que según algunos estudiosos parece haber sido el Moisés histórico. Akanatón era un descendiente de Tutmosés, cuyo nombre significaba “Aquél que vino desde el mar”. Ciertamente, las ideas metafísicas que por primera vez fueron registradas por escrito en las paredes de los templos egipcios son la base de todas las demás ideas que han ido apareciendo a lo largo de la historia. Algunas personas alegan que la cultura de Samaria es más antigua que la de Egipto, pero una revisión de los registros históricos de ambas culturas nos permite comprender que simplemente las dos evolucionaron paralelamente a partir de un mismo origen. Entender esta fuente común del desarrollo espiritual nos proporciona una metodología para afrontar la que yo creo es la idea más importante en el desarrollo de la conciencia humana. Hemos llegado a un punto, en la historia de la vida sobre este planeta, en el que la vida humana se encuentra amenazada por una idea religiosa distorsionada. Grandes cantidades de personas se han matado, y continúan haciéndolo, debido a su creencia de que su Dios es más importante que el de los demás. La evolución de la conciencia y la supervivencia de la vida humana exigen que desechemos esta idea y aceptemos la verdad de que nadie es capaz de entender completamente lo divino. La concepción de que Dios es un misterio inasible fue registrada por primera vez en África, como la base de la creencia mística de la gnosis, de la idea de que podemos experimentar lo divino pero nunca seremos capaces de comprender la total profundidad de la Creación. Si consideramos la importancia de África desde el punto de vista político, se hace claro que las últimas grandes reservas de recursos naturales se hallan en el continente africano. Como planeta, tenemos dos alternativas: podemos continuar peleando para controlar estos recursos, o podemos hallar un modo democrático de hacer que estos recursos estén disponibles para todo el mundo. Una manera de hacer esto es considerar el desarrollo de fuentes alternas de energía. Después de muchos años de estudio yo he llegado a la conclusión de que las pirámides de Giza eran máquinas diseñadas para generar energía eléctrica a partir de las vibraciones naturales de la tierra. Esto representa un uso sofisticado de los recursos naturales que la ciencia moderna apenas puede imaginar. En vez de iniciar guerras para luchar por recursos que algún día desaparecerán, deberíamos dedicarnos a estudiar cómo rescatar y poner en práctica la sabiduría de nuestros ancestros africanos.Iré. Iyamìoya